Eran tantos los días que quería pasar contigo, tantos los lugares en que nos podíamos haber amado, que aún a día de hoy me cuesta entender qué es lo que nos pasó.
Conocernos fue una tarea más difícil de lo que en un principio me pareció. Tanto que creo que a día de hoy me gusta más lo que conocía de ti en el mes de enero que después en junio.
Daba igual lo lejano que te sintiera cada vez que te marchabas, porque cada vez que me susurrabas que te abrazara en la cama se me iluminaba la cara.
Pasé los días y las noches suplicando que te enamorases, tanto que llegué a recurrir a pedir deseos a las estrellas fugaces. Como era de esperar, el milagro no sucedió y yo dejé de confiar en ellas.
Han pasado meses desde que me volví loca por última vez y me armé de valor para borrarte de mi día a día, pero aún sigues en mi cabeza y tus cosas siguen en mi habitación. Nadie dijo que fuera fácil. Pero a día de hoy no puedo pensar en ti como algo negativo, porque nadie como tú pintó de rojo mi corazón y llenó mi vida de ese peculiar aroma que ahora sé que era auténtica felicidad.
Espero que no me olvides y que guardes el fulgor que tenían mis ojos cada vez que te veía entre tus más preciados recuerdos, con cariño. Yo no te podré borrar por mucho tiempo que pase, o al menos no del todo, porque gracias a ti recuperé una parte de mí que creía que había muerto. Te lo prometí y así será por siempre: nunca seré una cobarde y siempre lucharé por mis sueños.
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