Conéctate, conéctate, conéctate...
Él se ha conectado. Abres su ventanita de chat, sonríes al ver su foto de perfil en pequeñito. La abres y la minimizas. No la quitas del todo, la dejas ahí, a la espera de ver ese círculo verde con un 1 en medio, señal de que esa persona te ha hablado. Esperas. Cambias tu estado, actualizas tu tablón cada 2 minutos, te etiquetas en 5 fotos, te unes a 10 páginas y empiezas a ponerle comentarios a todos sin razón, simplemente para que, cuando él le de a actualizar, te vea, vea que estás conectada. Tus visitas suben como la espuma, está claro que estás la primera. Continúas con esos cambios, abandonando a los demás que si que tienen tiempo para hablarte. Cierras su ventana, indignada. Pero bajas la lista del chat hasta su nombre, observando si sigue ahí. Hasta que no puedes más y la vuelves a abrir a la espera de que él te hable. Nada. Los demás siguen hablandote, impacientes. No respondes, no tienes ganas. Sólo lo esperas a él. Es la 1 de la mañana, estás cansada, mañana madrugas... pero no te vas porque él sigue conectado y aún tienes la triste esperanza de que te hable. Entonces se te ocurre la estúpida idea de que quizás se lo haya dejado encendido y en realidad no está. Esa idea te acompaña el cuarto de hora siguiente, con 4 estados, 15 tablones, 25 páginas y 20 comentarios nuevos. Esa idea es lo único que te mantiene despierta.
Le das a actualizar la página, él aparece el primero. Ha cambiado el estado. Le ha comentado una zorra. Él ha respondido. Está. Está hablando con otra. Está, pero no para ti. Entonces cambias radicalmente de pensamiento.
Desconéctate, desconéctate, desconéctate... si no vas a hablar conmigo, tampoco con ella.
Y deseas con todas tus fuerzas que se vaya, para que dejen de hablar.
Y cierras su ventana con lágrimas en los ojos, pero sigue la lista bajada en su nombre. El número de conectados baja. Miras. Se ha ido. Se ha ido él. Y de repente... te arrepientes.