viernes, 20 de enero de 2012

Sabina.

Pedí dos camas con ventanas al mar. Mejor que salgas sola del ascensor. Conozco un chino cerca para cenar, inventa un nombre falso y déjalo en recepción, le he dicho al camarero que nos suba champán. Un siglo y tres minutos, ¿cuándo vas a llegar? Prepararé un canuto bien cargado en tu honor, la llave está en la puerta, cuarto setenta y dos. Hotel, dulce hotel, hogar, triste hogar, estatuas de sal, habitación con vistas a tu piel. Tal vez se deje seducir el azar, abriga más cuando es furtivo el amor, con seis ducados arrugados y un par de botas medio rotas se camina mejor; te besaré la nuca mientras miras saltar las olas entre las farolas del malecón, ponte el liguero que por reyes te regalé, ven a la cama, nos persigue el amanecer. Tú sabes que en el purgatorio no hay amor doméstico con muebles de skay, no es que no quiera, es que no quiero querer, echarle leña al fuego del hogar y el deber, la llama que me quema cada vez que te veo me dice que es absurdo programar el deseo, al cabo de unos años estaríamos los dos adultos y aburridos frente al televisor.

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