domingo, 11 de julio de 2010


Dicen que enamorarse es un acto reflejo, como tener miedo. Yo fui una niña sin miedo; no me asustaban los fantasmas, ni los monstruos, ni la oscuridad; podia mirar debajo de la cama segura de que no habria esqueletos ni vampiros; podia enfrentarme a las niñas de quinto segura de que no me quitarian la merienda; y así, hasta hoy, segura de que puedo coger una magnum y avanzar por un callejon vaciando el cargador, porque no es eso lo que me da miedo. La que me aterra es decir que sí a algo que no podré cambiar mañana, pensar en un sofa para toda la vida, en un crédito hipotecario, en una declaracion conjunta o en un... 'esta tarde tenemos que hablar', en buscar colegios y canguros, y pensar en un lugar para vivir cuando ya no tengamos pulso para sostener la magnum. Y de pronto, todo ese terror se empieza a disfrutar como el looping de una montaña rusa, y eso, es la felicidad

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